La leche ha sido durante décadas un alimento básico en muchas dietas, pero su consumo diario genera preguntas sobre sus efectos reales en la salud. Estudios de la Organización Mundial de la Salud destacan sus beneficios nutricionales, particularmente por su aporte de calcio y vitamina D, esenciales para la salud ósea. Una investigación publicada en el Journal of Bone and Mineral Research (2022) confirma que el consumo moderado de lácteos reduce hasta en un 30% el riesgo de fracturas en adultos mayores. Sin embargo, este alimento no es universalmente tolerado: aproximadamente el 68% de la población mundial presenta algún grado de intolerancia a la lactosa, según datos de los National Institutes of Health, lo que puede causar problemas digestivos como hinchazón abdominal y diarrea. Para estas personas, las alternativas vegetales fortificadas con calcio y vitamina D pueden ofrecer beneficios similares sin los efectos adversos.
En el ámbito de la salud metabólica, la leche aporta proteínas completas y péptidos bioactivos que podrían ayudar a regular la presión arterial, según un metaanálisis de 2023 en la revista Nutrients. No obstante, especialistas de la Escuela de Salud Pública de Harvard advierten que un consumo excesivo (más de tres porciones diarias) podría asociarse con un leve aumento en el riesgo de cáncer de próstata, aunque estos hallazgos requieren más investigación. Para la población general, las guías dietéticas actuales recomiendan hasta tres porciones diarias de lácteos, priorizando las versiones bajas en grasa. Como señala la endocrinóloga Laura García, “la leche no es indispensable en la dieta adulta, pero puede ser parte de una alimentación balanceada cuando se tolera adecuadamente”. El verdadero consenso científico apunta a que su consumo debe evaluarse individualmente, considerando factores como predisposiciones genéticas, alergias y patrones dietéticos globales de cada persona.